Le gustan las margaritas blancas,
le dijo con una sonrisa bobalicona a la desinteresada dependienta de la
floristería. Mientras cogía el ramo de flores y le abonada los cinco
euros, se dio cuenta del absurdo de la situación. ¿Para quién eran
realmente aquellas flores?
Caminaba por la calle sujetando el ramo
sin saber a ciencia cierta cuál sería esta vez su destino. Quizá el
viejo jarrón de cristal del salón, tal vez el blanco de cerámica de la
cocina. Aun no lo sabía. Lo cierto era que caminaba por la calle
sujetando el ramo de flores en la mano como un tonto mientras esquivaba
las miradas curiosas de las mujeres y respondía con un gesto indignado a
las sonrisas cómplices de los hombres.(click aquí para seguir leyendo...)
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